Protocolo de retiro de amalgamas

Existen más de 10.000 estudios relacionados con la toxicidad del mercurio.

El mercurio es un metal pesado conocido por su alta toxicidad en cualquiera de sus formas.

Las formas más habituales de exposición son los pescados, mariscos y moluscos de aguas contaminadas, algunas vacunas que suelen tener como conservante el thimerosal (etil mercurio) y amalgamas.

La amalgama es una mezcla de metales que contiene mercurio líquido (50%), plata (34%), estaño (14%), cobre (2%) y una pequeña cantidad de zinc.

En un medio tan corrosivo como la cavidad bucal, no es extraño que a los 5 años, cada amalgama haya perdido aproximadamente el 30% de su contenido de mercurio... ¿dónde ha ido a parar? No muy lejos lamentablemente.

Aunque en la amalgama, el mercurio se encuentra en su forma metálica que es relativamente poco tóxica, a partir de 20° se evapora. Los vapores de mercurio que se generan en la cavidad bucal, se absorben en su mayor parte (80%) y esto produce una alta concentración de mercurio en los pulmones. Desde allí, se distribuye por la sangre y se acumula por sobre todo, en los órganos grasos como el cerebro y los riñones. La piel, el pelo, el hígado, glándulas salivales, testículos e intestino, también muestran altas concentraciones de mercurio.

En pacientes con amalgamas de mercurio, lo ideal es retirarlas utilizando un estricto protocolo de seguridad que consiste en proteger al máximo la posibilidad de contacto, ingesta o aspiración del mercurio, ya que al retirarlo con métodos de alta velocidad, éste se pulveriza quedando en el ambiente.

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